Nadie quiere estar solo.
Un amigo mío decía que para emprender o trabajar usaba siempre una frase:
“yo solo no puedo”. Por eso será que todo el mundo se apresura a quedar bien
siempre con todo el mundo, escondiendo tanto como pueda lo que piensa en verdad
para no sufrir sus consecuencias en el futuro.
La primera de esas consecuencias, la más temida, es la soledad. Poner el
criterio y la coherencia por delante de las relaciones sociales o profesionales
es bastante inusual: de ahí que todo el mundo se haga mutuamente la pelota, que
las propuestas aglutinadoras de cualquier clase de propósito escondan siempre
más de lo que nunca puedan conseguir. El fantasma de la soledad amontona, pero desde luego no cohesiona; y aniquila por completo los motivos por los cuales la gente se
hacina en grupos cuya unión no es sólo efímera, sino también ficticia.
El lado oscuro, la incertidumbre, no es otra cosa que miedo a la soledad. No
hace mucho oí a un jubilado que no quería que se votara ninguna clase de
consulta, por miedo a que un nuevo estado no pudiera asumir su paga con
regularidad: todo lo que le pasaba es que tenía miedo a que le abandonaran. Ese desamparo espanta, pero a veces reconforta. Es el precio del criterio,
pero sorprende ver, cuando lo ejerces y lo llevas a sus últimas consecuencias,
que hay quien aprecia que lo hagas; que no estás solo.
Por eso no entiendo esa obsesión mediática por mantener buenas relaciones
con todo el mundo a la vez, cuando es completamente imposible que todo el mundo
te guste y te caiga bien, a no ser que uno sea completamente gilipollas o bien
un falsario.
La soledad, sobre todo, es la confirmación de una diferencia real,
tangible, evidente. A pesar de todo, si interesa suficiente, si tienes algo que
no tienen los otros, intentan constantemente que te sumes a ellos, quizá porque
necesitan de tu criterio y de tu nombre. Si eso ocurre, lógicamente los que
deben cambiar son los demás y no uno: pero cuando se acercan se les olvida el
motivo por el que han venido, y te invitan a participar en la fiesta
renunciando a tu identidad a cambio de un puñado de lentejas medio podridas,
todo lo más, para dejar claro que no les importas tanto como parece.
Entonces es cuando va apareciendo, como si fuera el protector de pantalla,
un texto que se repite:
Mejor se está solo que mal acompañado Mejor se está solo que mal acompañado…..
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