Lectors

lunes, 28 de abril de 2014

EPICURO

Entre las figuras usadas para justificar la calidad del lenguaje y de los contenidos tradicionales de eso que se conoce como “cultura del vino”, Epicuro es un recurso muy sobado. La mayoría lo utiliza para declarar de sí mismo que es un entusiasta del placer a través de los sentidos, pero también que su percepción va más allá de la mano del filósofo. Que lo suyo no es puro hedonismo banal e inconsecuente, no es la búsqueda del placer per sé.

Sin embargo, es interesante ver en qué sentido profundizan en los contenidos alternativos a esa búsqueda del placer per sé. Suele ser mediante adjetivos muy expresivos acerca de sus sensaciones, mediante descripciones tan barrocas como siempre positivas de sus catas, de los paisajes y bodegas que visitan, de sus experiencias. Hablar de ello, por bonito que sea el envoltorio, no cambia el enfoque, sigue siendo hedonismo: parece que enrollarse como una persiana sobre el terruño, la cepa, o sobre el vino en sí no es todo lo que da de sí este tránsito casi místico del hedonismo al epicureísmo.

En esencia, siempre que a un consumidor se le recomienda un vino mediante una nota de cata, se le está diciendo lo mismo que cuando se le vende un yogur: "ESTÁ MUY BUENO, CÓMPRALO". Pero es necesario que haya un código diferente  de esta obscenidad que usan otros productos: digamos un código epicúreo. El que crea que transmite algo diferente al consumidor cuando hace una nota de cata o un post sobre un vino, es evidente que necesita reflexionar mucho más acerca de su trabajo. 

Me resisto a creer que eso es todo lo que se puede hacer. Por eso confieso mi incapacidad para apuntarme a esta nueva “tendencia”. Primero, porque al ser una opción puramente individual me parece poco productiva. Segundo, porque en la mayoría de las ocasiones en que la gente cita a Epicuro, cinco minutos antes o después lo busca en el google desde el móvil. Tercero, porque entre Epicuro y el hedonismo hay una finísima línea que muy pocos tienen clara, si es que alguna vez ha sido algo más que un matiz. Y cuarto, porque es casi siempre una muletilla que se tiene a mano para quedar bien.

Si me siento a catar, no busco solamente transmitir el placer de mis sentidos, que es lo único que buscan explícitamente la mayoría de los profesionales del sector. Nuestra opción es otra muy diferente, hacemos un trabajo de campo sobre el cual avanzar en la autenticidad y calidad del vino catalán, a la vez en ambos caminos.

Habrá quien diga que si nosotros ya lo hacemos, ellos pueden entonces disfrutar de la vida y ser “epicúreos” si les da la gana. Desde luego éste es un país libre, o al menos lo era hasta hace poco: pero el que diga eso debería darse cuenta de que explicita su voluntad de no aportar nada en absoluto a ninguna clase de proceso. Si se admite después eso, no tenemos problema; pero en realidad no se admite casi nunca, hay gente muy ambiciosa.

De todos modos, catando sólo para decirle al consumidor lo bueno que está cualquier vino (el que sea si ha pagado o ha facilitado una muestra, esté como esté), o sólo para valorar el  placer individual de cada uno, a mí me da la impresión de estar satisfaciendo instintos no precisamente racionales: parece como si me dominara mi lengua o mi estómago. Salvando la escasa distancia física, un poco como el actor de este corte.



Y que quede claro que es como me sentiría yo si catara con ese propósito; ni es vinculante ni alude a nadie, por supuesto.

Al final, mi impresión es que estoy aquí para hacer algo más que “prescribir”, haya o no dádiva previa; algo más que esforzarme cada día en no desarrollar todo lo que puedo, sólo para seguir facturando lo que se pueda entretanto, con la ayuda inestimable de Epicuro cuando alguien me mira con cara de no entender nada.




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