Una vez
un amigo me prestó un libro, un gran libro. Se llama “Días de guardar”, de
Carlos Pérez Merinero, una de las mejores novelas negras que he leído nunca.
Entonces era ya un título descatalogado, pertenecía a la famosa serie negra de Bruguera
que nunca más se reeditó: por eso le avisé de que yo soy muy malo con los
libros, de que me los llevo a todas partes, de que los leo en cualquier momento
en que alguien me hace esperar, y de que cuando acabo con ellos se ven algo maltratados.
En tan
solo una semana se lo devolví, pero me preguntó, al verlo, por qué razón me
había empeñado en morderlo. Le consolé al decirle que era la mejor novela negra
que había leído nunca. Al cabo de un tiempo encontré un ejemplar en una
librería de viejo y se lo repuse en condiciones. Yo nunca lo he tenido, ahora
que pienso.
El
libro me convenció. Y yo le reconocí que tenía una idea muy parecida a la mía de lo que debía ser la novela negra: descarnada, directa, y, desde luego, narrada
desde el punto de vista del malo, siempre dispuesto a dar la peor cara de sí
mismo y a que no le importe una mierda.
Todo está en cómo se devuelven las cosas, pero siempre depende del punto de vista; yo noté que prefería casi el libro roto que el nuevo, porque con el roto había una historia y con el nuevo poca cosa más que un ejemplar. Lo intangible no se rompe, pero tampoco existe si no se tiene en cuenta más que lo que se toca.
En la Guia
tenemos la sensación de haber prestado mucho, o más bien ofrecido, para obtener
de vuelta no un libro más apreciado incluso que maltratado, sino quizá un
simple NO por respuesta, después de desmenuzar el contenido hasta destrozar el
conjunto sacándolo de contexto, poner todas las piezas dentro de nuevo, y devolverlo inservible meneando la cabeza, pero sin un
solo argumento real en contra; con el insulto añadido de saber que los que niegan no han leído nunca mucho más allá de los titulares.
Hace tiempo que recogimos el despertador, lo reparamos y nos pusimos a seguir nuestro camino. Hoy, hasta los mismos que en su día lo destrozaron usan uno igual, pero no dicen de dónde lo han sacado.
Al final, las cosas suceden contra el guión: el infierno es para los que no tienen miedo a las consecuencias de sus imperativos, el cielo para los que guardan las formas dejando que se pudra el contenido.
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