Hay dos versiones de cualquier tema. Hay la que quiere gustar a todo el mundo y la que
no gusta a todo el mundo. Hay la que no se compromete y la que sí se compromete
con el resultado. Hay la que promociona sólo en positivo y la que
promociona con toda la información de la que dispone. Hay la que sólo pretende
agradar, y la que quiere entender y transmitir el entorno del que habla. La hay
sesgada, en definitiva, y luego está la que intenta escapar a ese sesgo para
profundizar en el conocimiento y compartirlo.
Todo está en los
resultados, o mejor dicho, en cómo se entregan. En el caso, por ejemplo, de un
trabajo de campo cualquiera, si pretende ser serio debe darlos a conocer todos,
publicarlos tal como se han dado. Debe ser una versión de la realidad, no una diversión. Sesgarlos solamente a lo
positivo, en el caso de que el objeto de estudio del trabajo de campo en
cuestión sean productos de consumo, no solamente es falsario, sino que también contiene
un engaño al consumidor en el propio planteamiento.
Al oír hablar a
los profesionales del vino más mediáticos, parece que su trabajo sea un placer
constante. Es como una necesidad hedonista que no entiendo: nosotros no lo
pasamos tan bien. Hay vinos terribles; muchos otros se instalan en la
vulgaridad de buscar mediante cupajes el sabor popular que les solucione la cuenta de
explotación, sin que importe en absoluto la identidad; otros que decepcionan por no ser lo que
pretenden ser, o bien por buscar la excelencia y el elitismo mediante métodos y variedades
completamente globalizados; finalmente, muy pocos llegan no ya a ser buenos o excelentes
al gusto, que no es lo más importante, sino a ser coherentes y respetuosos con su
historia y su entorno.
No creo que el
hecho de que los profesionales no hablen de nada de esto en público sea un
déficit del planteamiento previo o de materia gris, incluso a pesar de que la falta de
hábito acostumbra a la gente a pensar sólo en una dirección. Quizá
es peor incluso, hay de por medio un interés que elabora esta imagen rosa y
azucarada de cualquier cosa que huela a vino, convirtiendo a la prensa especializada en una especie de Facebook lleno a rebosar de likes. Por eso, para evitar usar ninguna
de estas categorizaciones se suele trabajar sólo la fase sensorial: de ahí que
se oiga tanto eso de “yo, de lo malo, no hablo”. Algunos incluso afirman que
hacerlo arruga, otros que no aporta nada, otros se inventan un término nuevo
para definir la actitud crítica: lo bautizan como “democión”. Sobre el papel
hay algo de literario en estas propuestas; me recuerdan a la princesa Sherezade
cuando la necesidad de sobrevivir la obliga a inventarse una historia nueva
cada noche, siempre bonita o emocionante porque su vida, en realidad, es una
mierda.
Esconder lo que
uno barre debajo de la alfombra es muy común en el mundo del vino. Los ejemplos
no sólo están en la prensa: con la premisa de que su público quiere un consejo
comercial y no un análisis, Parker sólo habla de lo bueno; al mismo tiempo
salen guías que venden los premios en la hoja de inscripción, antes incluso de
comenzar a catar, que carecen por completo de un criterio de puntuación que les
comprometa; los concursos adscritos a la OIV no suelen publicar los vinos que
han participado, de manera que sólo salen a la luz los vinos premiados, sin
poder evitar la sospecha de que con ello pueden ocultar un fiasco de
participación al no tener que dar explicaciones respecto a las referencias que
las bodegas han presentado. Sólo publican un número que es eso, un número; ni
la calidad ni la cantidad de muestras se puede saber.
¿Cuál es la
propuesta de estos enfoques siempre dispuestos a promocionar en positivo, a
mantener zonas oscuras que no conviene que el público conozca? ¿Por qué razón
el público no las debe conocer? Hay que decir que este planteamiento es casi
general en toda la prensa y los eventos del vino. No sabría decir si aporta más
de lo que oculta, pero si que con el público es despectivo, paternalista e
interesado al no transmitir más que la parte positiva de la información.
Despectivo por
pensar a priori que no le va a interesar, o incluso que no la va a entender.
Paternalista porque
lo tutela directamente, como si hubiera que ocultarle al receptor la cara
amarga de la vida.
Interesado,
porque los dos anteriores sólo son eufemismos que esconden una vocación
estrictamente comercial. Así que no importa demasiado qué ni cómo, pero la
cuestión es vender.
Por eso el día en
que se pone de largo un medio suele ser
fatídico para el espectador que no comulgue con esa dinámica conciliadora per
sé. Siempre me he preguntado por qué se sonríe tanto cualquier emisor de esos
resultados o artículos siempre positivos, al hacerse la foto con los asistentes
a sus actos. Detrás de esa constante sonrisa suele haber un vacío temático
enorme; de ahí que siempre me den ganas de decirle que el photo call sobra, que
deje de sonreír, que parece un novio, que parecen todos tontos de capirote.
Sobre todo que deje de sonreír, urgentemente. Quizá quiera transmitir
felicidad, pero no lo consigue: se acerca más a Sherezade en su versión
floreada de una realidad alternativa, casi cinematográfica. Quizá sonría porque
ha logrado la presencia de políticos a los que ha atraído con su mensaje
sesgado. Ellos saben que lo es, pero ya les gusta así, por supuesto.
Y es que el rigor
a la hora de publicar los resultados está reñido con la presencia de políticos
alrededor. No se debe culpar a nadie, ya que eso forma parte de una larga
tradición de usos y costumbres que viene de muy antiguo y que más que
reproducirse se clona generación tras generación; como consecuencia lógica del
mercado, hay quien lee bien esa tradición, con la idea de diseñar un producto a
medida de sus requisitos, y atendiéndolos al mismo tiempo que sus necesidades
económicas.
El rigor queda al
margen del trato: no es lo más importante. Que quede claro que no hablo de
verdad, hablo de rigor: la verdad será la que sea, pero hay quien sólo busca
una parte para sacarle hasta la última gota de rendimiento económico, y hay
quien quiere ir a por toda ella para mejorar tanto como se pueda tras
analizarla y sacar conclusiones honestas.
En este estado de
cosas la prensa y los eventos del vino no lograrán nunca un éxito promocional
suficiente: están condenados a la frustración constante, ya que es evidente que
trabajan para subsistir, no para llegar al público. Se preocupan más de
mantener contento al productor del que viven que de estimular al consumidor a
conocer el producto a fondo para que escoja y compre. Al leer una publicación
de la cual son objeto, los productores de vino han de poder decir que les gusta:
pero les gusta a ellos, no necesariamente al público al que se quieren acercar,
cuyos canales de comunicación no tienen nada que ver con ese lenguaje y esa
pose tan cursi.
En una espiral
que se autoalimenta, el interés por el mundo del vino ha ido decayendo en las
últimas décadas, al mismo tiempo que esta propuesta de comunicación acaparaba
la versión pública del sector. La razón para que esto haya ocurrido es que la
mayoría de los consumidores percibe el engaño y se defiende, desconfía; no
obstante, lejos de analizar nada, los emisores hacen balance ante los
productores sólo de los que se quedan a escucharles, nunca de los que salen
corriendo en sentido opuesto.
Nada de esto es premeditado ni voluntario, no hay ningún Maquiavelo pensando un plan: se trata de un resultado que nadie ha buscado, pero que se ha dado con el tiempo y el error recurrente. Ese resultado dice que la información es siempre sesgada: primero la destinada al público, y después la que vuelve al propio sector. Yo no pienso que nosotros seamos prensa, así que no nos sentimos responsables; mientras tanto habrá que esperar a que alguien desarrolle la capacidad de generar contenidos en otro tono, con otro lenguaje y otro propósito.
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