Lectors

sábado, 10 de mayo de 2014

3D

No siempre depende del intérprete: hay un momento en que algo se convierte en mucho más de lo que parece a simple vista por su propia calidad. Desde luego el intérprete puede ayudar, pero la calidad en cantidad suficiente es una condición previa.

Una película, una pieza musical, un libro o a veces su traducción, pueden contener ese punto 3D que los separa del resto.

Tal como se enfocan las cosas en el mundillo del vino, eso del 3D es más íntimo aún. Y sobre todo pierde siempre la condición de cierta objetividad que a veces se da en otros sectores sobre la misma obra. A cada uno le gusta un vino, el que le guste, pero no le hace pensar demasiado, tan sólo extasía los sentidos e imbuye al catador de un estado de placer inenarrable. Las neuronas sirven para lo que sirven, a veces.

No hace mucho un gran enólogo catalán nos dijo que en realidad éramos los únicos críticos que entendíamos su trabajo, los únicos que nos atrevíamos a publicar su calidad. Probablemente porque somos los únicos que hemos reflexionado acerca de lo que quiere exponer con la gama que ha diseñado: porque su trabajo suele tener 3D, se adivina su intención en cada botella que nos presenta, sea la que sea esa intención. Es transparente, y por eso, sobre todo por eso, nos parece mucho más que interesante organolépticamente.
Las finalidades que alguien pone dentro de una botella pueden dotar al vino de un carácter 3D indiscutible.

Pero habrá quien se meterá en temas técnicos para no entender que se puede avanzar y crear nuevas tendencias a partir de trabajos que hoy puede que no sean técnicamente perfectos. Habrá quien desde la perspectiva de la francofilia aún imperante, piense que los vinos catalanes deben poder consumirse veinte años después de su cosecha, ya que en caso contrario no triunfarán nunca en el nivel alto del mercado internacional: yo creo que al catar pensando en eso pierden de vista todo lo demás que tienen que tener en cuenta. Creo que están pensando sólo en disfrutar, cuando a veces las cosas tienen que existir para ser preservadas, para entenderlas en su entorno, y no solamente para que te gusten.

En este sentido, un cava de producción masiva puede ser un testigo de toda la estructura de producción de una zona vinícola. Puede contener en sí mismo una cadena de relaciones económicas de las cuales nadie en su proceso se ha querido sustraer; y puede tener ese 3D, esa cualidad impagable que es estimular la azotea para que trabaje.
Al mismo tiempo, un tinto varietal de garnacha -con otras variedades históricas también serviría la afirmación-  puede ser todo lo contrario, y expresar una condición casi atávica en todo lo que es: Páter, Teixar, Palell, entre otros, son tres maneras diferentes de decirle al mundo entero que aún nos queda tipicidad, a pesar de que muchos la hayan despreciado y aniquilado por dinero, y de que unos pocos lo aún sigan en ello.

Un vals de Strauss divertía a la aburrida nobleza en los salones de Schönbrunn y no aspiraba a mucho más: Satie, en cambio, suele llegar a la vena. Zane Grey escribía novelas del oeste para que los jovencitos de entreguerras pasaran sus largas horas de aburrimiento de alguna manera imaginativa: acabar uno de los dos libros buenos de Jean Rouaud (ya descatalogados, ¿por qué será?) te hace estar una semana entera con la cabeza en una especie de nube. Todo es 3D, pero de alcances diferentes, por supuesto. Incluso puede que alguien no quiera apreciarlo porque està en otra onda.



Los vinos, algunos, tienen 3D. Sobre todo a ciegas si se tiene registro suficiente. Porque a ciegas, si tiene esa tercera dimensión, es más evidente aún.

De hecho todos tienen 3D, pero la de algunos es tan vulgar que no merece la pena ni mencionarla. Y dentro de esa vulgaridad, la voluntad de copiar para ganar mucho con ello dinero es la peor.

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