Lectors

martes, 20 de mayo de 2014

AUTÓCTONO

El debate sobre la herramienta para determinar las variedades que corresponden a una zona promete. Un batiburrillo de intereses lo enmaraña tanto como puede, con la idea, siempre, de arrimar el ascua a la propia sardina.

Hace bien poco en este mismo blog un lector proponía la datación y la adaptación de las viñas de cualquier variedad para establecer su carácter, digamos, adecuado para la zona. Yo objeté, y sigo objetando, que la idea de adaptación es muy elástica, ya que en Catalunya la cantidad de frases alabando la extraordinaria adaptación de cualquier variedad al clima y suelo de ……………….., es casi incalculable. Y todas son mentira, salvo alguna cosa. Ergo no me parece un método aceptable, ya que algo que ha sido corrompido no es posible que sea utilizado de nuevo por no ser creíble.

Con la datación me parece que el acuerdo sería demasiado de mínimos como para que el resultado fuese muy diferente al actual marco de permisividad total. Hoy en día la memoria de la gente es más corta que nunca en toda la historia; lo llevan los tiempos, todo lo que tiene más de 140 caracteres es demasiado largo, todo lo que dura más de cinco minutos es pesadísimo, y de lo que pasó anteayer casi nadie se acuerda. El plazo mínimo de tiempo en que pensaría cualquier organismo, en este contexto, para determinar las variedades que son propias de una zona, seguro que sería a lo sumo de 25 años. Vaya peligro. Con eso, ya están instaladas para siempre las cuatro mosqueteras: Cabernet, Merlot, Syrah y Chardonnay. Seguro que caerían unas cuantas más, como por ejemplo Pinot Noir.

El problema de la intersección de los intereses con la realidad es que, a la hora de fijar algún parámetro para regular una situación de hecho, siempre se acercará más al interés de quien se beneficia de esa situación de hecho que a lo que se quiere de la norma. Eso es lo que nos dice la experiencia, al menos en Catalunya, en cualquier DO o IGP además de otros ámbitos.

De modo que hay que establecer parámetros nuevos, pero teniendo en cuenta que la viña y el vino son productos seculares en Catalunya. Así que desde nuestro punto de vista, la cuestión está más en manos de los historiadores, filólogos y documentalistas, que en las de los científicos. Hay que saber desde cuándo una variedad está documentada y desde cuándo se la llama con un nombre local. Hay que saber a qué clase de cultivo se había adaptado bien (vino o aguardiente), y las oportunidades que en consecuencia se le dieron una vez llegaron las empresas al campo, es decir, desde poco antes dela filoxera y sobre todo desdelos años 60 hasta hoy.

Pero lo que hay que descartar de plano es aceptar las cuatro variedades más globalizadas como propias por el hecho de que lleven aquí, las viñas más viejas, cincuenta años. La primera razón es que estas variedades, por esa regla de tres, serían tradicionales de cualquier lugar del globo en donde se pueda hacer vino.

 La segunda, desde luego, es que no es imaginable un planteamiento de plazo más corto, más decepcionante, más pretencioso, ni más cateto.



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