Lectors

sábado, 20 de septiembre de 2014

Abstracción

Encerrado entre el trabajo y otras cosas,  hacía tiempo que no me fijaba en mi alrededor al subirme al tren. Siempre abducido por una conversación que tiende a repetirse, inevitablemente, en buena parte de sus contenidos, o en el mail, o en alguna lectura que abordo más por querer aislarme que por interés, me doy cuenta de que he aparcado mi costumbre, fea costumbre, de observar a los demás viajeros, retratarles mentalmente, imaginar una sola de las posibilidades de un minuto cualquiera del resto de su vida. He aparcado momentáneamente el hábito de escribir corto y conciso, para ocuparme de argumentaciones cansinas, de esas que de antemano se sabe que acaban en silencios tan fríos como explícitos.

Agradezco de corazón a la chica que se sienta en el banco final del vagón. No he reparado en ella hasta que recoge su abundante pelo enmarañado en un moño que endurece su expresión. Pómulos, frente y quijada aparecen con toda su fuerza, angulosos, formando aristas casi cubistas que dibujan un rostro bastante vulgar. Rebusca en su bolso y saca un pañuelo manchado de toda clase de tizne multicolor, lo pone sobre sus muslos y vuelve a meter la mano en el bolso. Cuando se incorpora lleva un estuche de colorete, un perfilador de labios, sombras al menos de tres colores, lápices de ojos, y alguna cosa más que no conozco. Comienza con el espejo. Con la brocha del colorete. Con un repertorio de muecas inenarrable. Se tortura el párpado inferior de un ojo, luego el de otro, para pintarse una raya mientras un vaivén y otro del tren hacen que se le desvíe el pulso, milagrosamente, hacía el lado bueno. Busca en el bolso unas toallitas. Con el espejo en mano y esforzándose en permanecer inmóvil, consigue borrar el error con precisión. Lleva ya diez minutos de muecas y aspavientos. Pero va a trabajar, hay alguna clase de imperativo categórico que le impide ir más sencillita.

Ahora el rimmel. El trapo sobre sus muslos ha adquirido un tono algo más pardo si cabe, pero ahora lo adorna secando el exceso de pasta negra acumulado al final del cepillo. Pone la boca en forma de O y mira al vacío, al infinito, atravesándonos a todos, absorta por la imagen que espera ver en el espejito mágico al terminar su obra de arte. Su chapa y pintura.

Aún no ha terminado cuando me apeo, lleva más de media hora. Imagino por un momento, y estoy seguro al bajar de que es así, que esto lo hace cada mañana. Al menos las laborables.

La teoría se confirma. Éste no es mi tren habitual: y a su alrededor nadie se ha inmutado. Quizá ni siquiera es eso. Quizá nadie repara en nada, todos enfrascados en sus pantallas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario