He leído hace poco el enésimo artículo de un sommelier sobre las guías, los
gurús, los pontificados, las filias, las fobias, las opiniones, los gustos
personales, las preferencias y la “cultura del vino”.
Bueno, nada de esto es nuevo. Pero creo que la crítica debe ejercerse desde
una posición argumental intachable: y por tanto, si uno se gana la vida
vendiendo su consejo a empresas que venden vino, no dispone de esa posición
para criticar a quien emite su opinión mientras trabaja sin la presión de una
empresa que venda vino. Básicamente, porque ese criterio no estará nunca bajo
sospecha de compra-venta constante. No tengo nada en contra de que se haga,
pero es evidente que trabajar para Lidl como sommelier, por ejemplo, no es la
mejor tarjeta de presentación para obtener esa posición; la calidad de los
vinos que vende esa cadena suele ser de derribo, además de tratarse de marcas
blancas que preparan grandes empresas a precios inasumibles si no se extorsiona
a todo el mundo que pasa por el circuito, desde la viña hasta el enólogo.
El respeto que nos reclama el Sr. Figueras por los productores podría
empezar, por ejemplo, por no colaborar con las herramientas de extorsión que el
mercado tiene siempre preparadas para los productores agrarios; es obvio que
alguien ha cobrado demasiado poco por su trabajo si una botella de Priorat (con
DOQ) se vende a menos de 4€. Repito que me parece muy bien que se trabaje para
quien sea, siempre y cuando luego las argumentaciones sean coherentes, siempre
que no pretendan ver la paja en el ojo ajeno obviando lo que se tiene en el
propio.
Escribir, mientras se trabaja para una tienda que además distribuye, para juzgar la imparcialidad de otros, me parece no solamente ridículo, sino también incoherente. Pero sobre todo está esa afirmación sobre los críticos: que si debíamos tener más respeto por el trabajo ajeno; que si al autor le gustaría vernos con una azada o en vendimia; que si una guia de vino no deja de ser un listado con las puntuaciones o anotaciones subjetivas de una persona o un grupo de personas; que si últimamente las guías se han convertido en amos del mercado…
Por supuesto, nosotros aceptamos todas las críticas del mundo y no nos importa
que los profesionales, muchas veces habiendo catado el 10% de vinos catalanes
que nosotros, pongan su opinión sistemáticamente, siempre, al mismo nivel que
la nuestra. Pero nos gustaría que no hicieran las críticas a bulto, contra
tooodas las guías y críticos a la vez, ya que existen diferentes métodos y
planteamientos para “puntuar con cierto criterio”. Meter a todos en el mismo
saco no sólo es simplista, sino también capcioso; y destila cierta
animadversión tan evidente como injustificada.
En todo caso, está claro que, tal como dijimos en la última edición de La
Guia, nosotros siempre hemos creído en la santísima división del trabajo. No me
acercaré a la mesa de un restaurante a recomendar una u otra botella, nunca: y
por tanto, reivindico mi derecho a que se respete mi parte del trabajo que hay
que hacer en el mundo del vino y que en Catalunya se ejerce muy poco o incluso nada; que es la
crítica. La misma razón por la cual llevo el coche al mecánico cuando se
estropea, vaya: porque cada uno sabe cómo hacer su trabajo.
Por eso yo no trabajo para Lidl ni para Moritz, ni para ninguna empresa que
venda vino, porque debo mantener una imparcialidad a la que otros no están
obligados. Ocurre, sin embargo, que esa libertad genera ciertas incoherencias a
la hora de opinar sobre otros. No se puede tener todo…
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