Lectors

martes, 17 de febrero de 2015

ACCIÓN


Cuando llego a la parada no hay nadie. Eso quiere decir que el autobús acaba de pasar. No me queda otra que sentarme en el banco de la marquesina a leer los próximos veinte minutos.
Es una cuestión de estadística, más que de aprenderme los horarios. Sé que existe la intención de que haya horarios, de hecho los hay y más o menos se cumplen. Pero formo parte de ese colectivo que siempre tendría que preguntar,
-         -  ¿Ha pasado ya el autobús de Sitges?
y esperar la respuesta correspondiente. Es casi imposible que me los aprenda. De todos modos no lo pregunto nunca, prefiero propagar la tendencia al silencio, esperar los minutos que falten para el próximo autobús leyendo, escuchando, pensando, repasando el correo desde mi móvil.
A hacer un poco de todo eso me pongo nada más sentarme. Comienzo por el correo, después saco el libro. Llega una chica a los dos minutos, pregunta
-         -  ¿Ha pasado ya el autobús de Sitges?
contesto sí, ha pasado, cuando he llegado ya no había nadie aquí. Sonríe y se sienta. Se concentra en su móvil y seguimos los dos a la nuestra.
Por poco tiempo. Aparece una señora de unos sesenta años, corte de pelo a lo garçon, clásico de toda una generación que a partir del matrimonio recataron su estilo y se convirtieron en amas de casa decentes y, sobre todo, propagadoras de esa decencia. Nada de melenas insinuantes, largas, a ver qué va a pensar la gente de una señora casada. Esos cortes de pelo las yerguen a todas en su andar, mantienen su cabeza alta, su reputación, su ánimo, su vida sigue en pie gracias a la labor del peluquero del barrio. Hay un cartel en la parada, sólo uno: no he reparado en él, a pesar, por lo que sabré en un momento, que me convenía.
-         - ¡¡Uuuh!! ¿Qué es esto? ¿Y ahora donde cogemos el autobús?
El cartel dice “parada anulada por obras desde el 16-2 hasta el 2-3”. Aún no es 16, le indica la chica, hoy es 12. Así que hoy tiene que parar.
-         - ¡Aaahh, bueno! ¿Y el lunes a dónde tenemos que ir para coger el autobús?
La chica se encoge de hombros. Parece que eso del autobús, para ella, es circunstancial, que le afecta hoy. Contesto yo, al centro del pueblo, señora. A eso que llaman la plaça del bus.
-         - ¡Aaahh, claro! Gracias, muchas gracias ¿Ha pasado ya el de Sitges?
Contesto, se sienta a mi lado, por supuesto a cierta distancia. Mi libro está ahí para salvarme de cualquier conversación y aprecio mucho su ayuda. La señora, ansiosa de cierta acción, otea la llegada de alguien más, seguro que para indicarle que a partir del lunes la parada queda anulada. En efecto llega otra señora. Ésta lleva gafas, pero tiene los mismos mimbres. Exactamente los mismos. Señoras de acción. Quedarse parado leyendo libros… Siempre hay algo que hacer. Y si no hay nada que hacer, se busca, o se mantiene una actitud activa para estar preparado cuando haya algo que hacer. Cualquier otra cosa es vagancia.
-         - ¿Falta mucho para el de Sitges? - pregunta la señora nueva.
-         - Huy, pues no sé. Yo llevo aquí un par de minutos. Pero no creo.
Ya ha contestado. Me inhibo, previendo que no vamos a estar del todo tranquilos. Se sienta a su lado, más bien se abandona hasta hacer temblar la marquesina. Bien juntitas, almas gemelas que se han encontrado a los sesenta.
-         - ¡Uuuh, las piernas! Hay que ver qué tiempo tan loco. Ayer hacía un frío del demonio, pero hoy se está bien.
-         - Ya lo dice usté, ya… pero el fin de semana ¡se estaba, de bien, al mediodía!… Porque el aire es frío, pero cuando hace sol se está divinamente.
-         - Bueno, sí, pero con algo de abrigo.
-         - No se crea, que el otro día sólo con una rebequita ya tenía bastante. Un solete que calentaba y todo, fíjese. Lo que pasa que con este frío, ahí arriba en la urbanización, no me se seca la ropa, le cuesta mucho.
-         - ¡Uuuh! Yo tenía una lavadora de esas que era secadora también, pero nunca la ponía. Me gusta la ropa que se seque al sol. Además, daba muchos problemas.
-         - Sí eso de la secadora es como el lavavajillas, sólo lo usas de urgencia.
-         - Claaaaro. Yo sólo lo pongo los fines de semana. Porque claro, tienes que enjuagarlo todo antes, no puedes poner los cubiertos de madera, tampoco las cacerolas… Al final, para cuatro cacharros que te quedan, acabas fregándolo todo a mano.
-         - ¡Y que lo diga! Ni las sartenes, ni las perolas, ni los cuchillos con mango de madera… Si es que es eso, cuando te pones a lavar platos, ya los lavas todos. Otra cosa es los días de navidad o cuando viene mucha gente. Entonces sí. Pero la verdad que sólo para esos días no vale la pena tenerlo…
-         - Desde luego, desde luego. Porque luego cuando buscas un  plato, siempre tienes que ir a sacarlo del lavavajillas, y eso es una guarrería, con la de porquería que se acumula ahí. Yo se lo digo a mi hija, luego cogeréis cualquier cosa de estómago y no sabrás de dónde la habéis cogido ¡Aparte de la cuenta de la luz! ¡Y la del agua! Como si estuviera barata. Yo cuando friego a mano lleno la pica una vez, los limpio todos, y los voy dejando en la otra pica. Luego tapo la otra pica, los aclaro y aprovecho el agua de aclarar para dejar en remojo los platos de la cena, por ejemplo. En cambio el lavavajillas gasta treinta o cuarenta litros de agua cada vez.
-         - ¡Pues qué bien pensado! Lo haré esta misma noche…
-         - Ya verá, ya, en la cuenta del agua se nota, se nota…
-         - 
-         - 
-         - Bueeeno, pues a ver si viene ya el autobús.
-         - Sí, está tardando, ¿no?
-         - ¡Uuuh, estos también! A veces se estropea uno y te tienes que esperar cuarenta minutos.
-         - ¡No me diga! ¿No lo reponen?
-         - Normalmente no. Quizá al cabo de un rato para que no se resienta el servicio, pero ese lo pierdes. Y si ibas justa de tiempo, pues te aguantas.
-         -  Pues el lunes se ve que la parada esta la anulan.
-         - ¿Y eso por qué? ¡Con lo bien que me viene a mí!
-         - Por obras. Lo pone ahí – la señora se levanta a leerlo. Entrecierra los ojos y estira los labios hacia arriba, no anda bien de la vista o de la lectura, una de las dos. Vuelve a sentarse.
-         - Pues vaya. Ahora tendré que ir a la plaza. Pues vaya…
-         - 
-         - 
-         - Pues parece que le cuesta venir hoy.
-         - Sí, van con retraso, como siempre. Pues yo tengo una mañanita…
-         - ¡Ah, ya viene! – aparece el autobús por fin.

Creo que le daré un beso en los morros al conductor. O dos hostias por llegar tarde. No sé. Me levanto, casi cansado de tanta acción. De tanta necesidad de hacer algo mientras uno espera. De comprobar que hay muchos que no saben compartir un momento con ellos mismos.


Mal asunto, comienzo el día cansado.

viernes, 6 de febrero de 2015

Mala leche


Me ha puesto de mala leche.

De muy mala leche.

En realidad, empiezo a estar harto de que los tres oficios del futuro sean tan vulgares: si sirves para el deporte profesional, a ser posible fútbol o tenis, cojonudo, ésa es la primera opción. La segunda, hacerse cocinitas para salir por la tele trinchando verduritas a toda velocidad y sin llevarse tres dedos por delante. Y la tercera sería hacerse tertuliano.

No sé muy bien qué decir al respecto de ninguna de las tres. De la primera, salvo excepciones, imagino a la inmensa mayoría de futbolistas entendiendo a la perfección el grito de gorila del otro día, un grito de júbilo, de victoria, de orgullo, de humillación del contrario, un grito de esos del cordobés: de verdá de deporte.

De la tercera es mejor no hablar demasiado. La vergüenza ajena es casi tan grande como en el caso de los deportistas, mayor aún, por lógica pura, si se trata de una tertulia deportiva.

Ahora vamos con el segundo colectivo. Hay de todo, pero el otro día uno especialmente imbécil me sacó de mis casillas. Un tres estrellas Michelin, un tal muñoz que anuncia mercedes. Se debe creer suficientemente importante como para despellejar vivo a un pescado y acto seguido ponerlo en la sartén.  Madredediosmeampare. Vaya gilipollez.

Eso es creerse por encima del mundo entero. El sabor lo es todo, el fin justifica cualquier cosa. Uno acaba por pensar que si esa es la premisa hay que ser muy gilipollas. A mí me hubiera sabido agrio solamente por pensar en que para que yo coma, alguien ha tenido que morir muy mal. Sí, sólo es un pescado. Pero no puedo evitar una mueca de asco y mucha empatía. No creo que nadie valga tanto como para pasar por encima de eso, para ser tan presumido, tan imbécil.

Sobre todo por lo innecesario.

Si hay gentuza que es capaz de esto, espero no tener que compartir nada con ellos nunca.


Y sí, me he quedado muy a gusto.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Universidad de la Vida


     -  La cara palante, no p’atrás. Si tú lo que quieres, lo que quieres es darle y que no te dé más, la cara palante. A ver, yo lo vi que me iba a dar, ¿no? y que me iba a dar en toda la nariz. Y si me daba bien, me tumba, ¿sabes? Me tumba. Así que eché la cabeza palante, pa que me diera aquí –señalándose la mandíbula-. Si te da aquí no hay problema, dejas que gire el cuello, vuelves la cara y sigues. Porque cuando me volví ya fui con tó, ¿sabes? Con tó… El nota ya creía que me había tumbao y shabía relajao. Y en medio minuto estaba en el suelo, porque fui con tó, así así y así, ¿sabes?

Su interlocutor no replica. Imposible saber si está archivando para la próxima trifulca en la que, seguro, echará la cabeza palante como los palomos, para recibir el puñetazo en la mandíbula, poder girar la cabeza y seguir la pelea como si nada, con el resultado que sea. O si está pensando a ver si llega el autobús de una puta vez y se deshace de este homínido que tiene la cabeza sólo para echarla palante. Delgado como una mala cosa, salta con el puño en alto cuando vuelve a explicar la jugada, hasta tres veces, mientras logra una expresión de ira genuina, tanto que un gorila lo haría peor. En mitad de la parada, ajeno al ridículo general, a la vergüenza ajena, sigue con su versión personal de las técnicas de ataque-defensa callejeras. Las que se aprenden en la universidad de la vida. Mi ex suegra lo decía, la vida es lo que más te enseña: sobre todo cuando no has ido ni querido ir a ningún lugar a aprender nada más de nadie.

Al verlo me pregunto si este pedazo de mierda será capaz de pagar ya no la mía, sino ninguna pensión de ninguna clase. Y si llega a hacerlo, qué pedirá a cambio cuando le llegue el turno a él? Y cómo lo pedirá? Quizá, para entonces, estará ya  tan derrotado por haber echado la cabeza palante, en lugar de no meterse en líos, que toda su materia escasamente gris estará completamente reblandecida y no será capaz ni de acordarse de los notas contra los que fue con tó a lo largo de su vida, así así y así.

Yo me inclino más por otra versión. Le atizaron el guantazo, efectivamente, en la mandíbula, pero para su sorpresa la cabeza entera le giró un cuarto y aún fue capaz de salir cagando leches. Cagando leches con tó, eso sí. Su versión es su desiderátum; así, así y así. 

Recuerdo que en el 81 o 82, cuando estudiaba antropología, Marvin Harris publicó una etnografía absolutamente revolucionaria: proponía que cualquier individuo de la tribu africana que había ido a estudiar era mucho más feliz que cualquier occidental medio, ya que todo su horizonte de deseos estaba colmado; tenía tan poco conocimiento del mundo externo que no ambicionaba nada que no estuviera a su alcance, al contrario que nosotros, que recibimos tantos inputs del mercado que estamos constantemente insatisfechos por algo que nos han enseñado y que no tenemos. 

Es una manera de verlo, de entender la felicidad. 

No obstante, a veces me gustaría ver cómo se las apañaría Harris para hacer un estudio de esta otra clase de material indefinible. Seguro que al final le daba así así y así, con tó.