Lectors

viernes, 6 de febrero de 2015

Mala leche


Me ha puesto de mala leche.

De muy mala leche.

En realidad, empiezo a estar harto de que los tres oficios del futuro sean tan vulgares: si sirves para el deporte profesional, a ser posible fútbol o tenis, cojonudo, ésa es la primera opción. La segunda, hacerse cocinitas para salir por la tele trinchando verduritas a toda velocidad y sin llevarse tres dedos por delante. Y la tercera sería hacerse tertuliano.

No sé muy bien qué decir al respecto de ninguna de las tres. De la primera, salvo excepciones, imagino a la inmensa mayoría de futbolistas entendiendo a la perfección el grito de gorila del otro día, un grito de júbilo, de victoria, de orgullo, de humillación del contrario, un grito de esos del cordobés: de verdá de deporte.

De la tercera es mejor no hablar demasiado. La vergüenza ajena es casi tan grande como en el caso de los deportistas, mayor aún, por lógica pura, si se trata de una tertulia deportiva.

Ahora vamos con el segundo colectivo. Hay de todo, pero el otro día uno especialmente imbécil me sacó de mis casillas. Un tres estrellas Michelin, un tal muñoz que anuncia mercedes. Se debe creer suficientemente importante como para despellejar vivo a un pescado y acto seguido ponerlo en la sartén.  Madredediosmeampare. Vaya gilipollez.

Eso es creerse por encima del mundo entero. El sabor lo es todo, el fin justifica cualquier cosa. Uno acaba por pensar que si esa es la premisa hay que ser muy gilipollas. A mí me hubiera sabido agrio solamente por pensar en que para que yo coma, alguien ha tenido que morir muy mal. Sí, sólo es un pescado. Pero no puedo evitar una mueca de asco y mucha empatía. No creo que nadie valga tanto como para pasar por encima de eso, para ser tan presumido, tan imbécil.

Sobre todo por lo innecesario.

Si hay gentuza que es capaz de esto, espero no tener que compartir nada con ellos nunca.


Y sí, me he quedado muy a gusto.

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